Dalías cierra su curso de verano de la Universidad de Almería dedicado a agricultura urbana sostenible y alimentación dejando un repaso sobre los compuestos bioactivos de los productos de huertos urbanos y sus beneficios para la salud.
Con una importante presencia de alumnado internacional y la calidad de ponentes de cada edición anterior, ha llegado a su final el Curso de Verano ‘Naturaleza y agricultura urbana sostenible: una alimentación y medioambiente saludable’. Dalías ha vuelto a ser una sede idónea para abordar esta temática, de máxima actualidad e interés, aportando no solo su Casino, en el que se han impartido las sesiones teóricas, sino su excepcional entorno natural y su ‘sabiduría popular’ vinculada a los usos tradicionales de ciertas plantas silvestres. La flora autóctona y los bioactivos de los alimentos han tenido mucho peso específico”.
Esther Giménez, profesora de la Universidad de Almería e investigadora del CECOUAL, ha realizado una descripción detallada del potencial de las plantas autóctonas y la sostenibilidad ambiental, en el marco general de la biodiversidad en la agricultura urbana. Una de las piezas clave de este curso de verano en Dalías edición tras edición, ha vuelto a ofrecer al alumnado una formación con gran valor teórico y práctico, dejando clara “la importancia que tiene la flora autóctona en la agricultura urbana, es decir, esos servicios ecosistémicos que ofrece no solo como plantas comestibles, también como ornamentales, o en la polinización, o en control biológico, o hacer las ciudades más resilientes frente al cambio climático”. Es clave “conocer la flora autóctona de donde estés y así poder utilizarla”, y también tener presente la sabiduría popular sumada al avance de la ciencia: “Los usos tradicionales que se les han dado nos proporcionan mucha información”.


Giménez ha enumerado muchas de las especies a las que se debe prestar atención, como son reichardia tingitana, lechuguilla dulce, thymbra capitata, tomillo andaluz, eruca vesicaria y rúcula silvestre, además de portulaca oleracea y verdolaga: “Puedes tener tu huerto urbano con cultivos tradicionales, pero toda esa flora silvestre que sale sola, no la desprecies; es un apoyo muy importante para tu propio cultivo, estés en ciudad o estés fuera de la ciudad, y te proporciona además un alimento complementario”. De hecho, “a veces son plantas bastante más nutritivas de lo que nos creemos, y a veces nos aportan compuestos medicinales muy interesantes que desconocemos”. Por lo tanto, “no hay que buscar rápidamente desecharlas, porque esas otras plantas”, ha insistido otra vez, “tienen funciones muy importantes en retención de agua en el suelo, en creación de humus, además de los ya referidos en polinización o en control biológico, porque pueden albergar depredadores de otra fauna que sí que es maliciosa para nuestro cultivo”.
Ha achacado a “falta de conocimiento aprovecharnos de esos servicios ecosistémicos que nos ofrecen las plantas autóctonas”, con el lamento además de que “los temas de biodiversidad, aunque suenan mucho, de facto no se les hace tanto caso todavía en la sociedad, nos cuesta mucho trabajo no despreciarla y no considerar que es algo que perjudica, en vez de que beneficia”. Dicho esto, ha sido rotunda al considerar que “cursos como este, donde se explican sus beneficios en las ciudades, son fundamentales”. Sabiendo que “se puede hacer una charla a nivel mundial”, máxime con la presencia de alumnado internacional y dado que hay especies diferentes en las distintas partes del mundo, pero se ha centrado en un trabajo que se publicó en 2023 y que recoge la flora silvestre comestible de Andalucía: “En parte la tenemos aquí y los alumnos entienden mucho mejor todas esas funciones al visitar los espacios previstos en el curso, como el arroyo de Celín; no es tanto reducir el tema, sino cómo hacerlo más práctico y eficiente”.
José Luis Guil, catedrático de Tecnología de Alimentos en la Universidad de Almería, biólogo, doctor en Farmacia y especialista en Toxicología y Bioinformática, ha aportado su prestigio internacional al curso para describir los ‘Compuestos bioactivos y beneficios para la salud en la agricultura urbana’. Varias han sido las claves de su intervención, todas de gran interés. Ha partido de la base de que “los consumidores queremos consumir alimentos saludables y con garantías de frescura, que tengan una buena condición, un buen aspecto, y por ello la agricultura urbana se está convirtiendo, aunque no es algo reciente, en una herramienta fundamental”. Sobre eso ha abundando: “Ya se practicaba en la antigüedad, en Mesopotamia, todos podemos recordar los jardines colgantes de Babilonia, o por poner otro ejemplo, los monasterios de la Edad Media en la que los monjes cultivaban sus propias hortalizas; eran “épocas de inseguridad de suministro de alimentos, como en las dos guerras mundiales, promoviéndose los huertos urbanos”.
Ha destacado que “las verduras urbanas tienen una serie de características”, situando “en primer lugar su frescura, ya que no pasan por la distribución y el esfuerzo logístico para hacer que la hortalizas lleguen a la central de suministro, lo que lógicamente lleva una demora por la cual los productos ya no son tan frescos”. Al “suprimir” ese intervalo de tiempo, “los alimentos llegan en mejores condiciones, y está demostrado que tienen más vitamina C, por ejemplo, vitamina que se pierde rápidamente, de una forma dramática”. También se ha demostrado en otros fitoquímicos, “como fenólicos o flavonoides, con niveles más intensos al no tener cultivo de hidroponía o con sustratos artificiales de grandes productores, sino que el abono es natural y la tierra no está tan agotada, arrojando los vegetales buenos niveles de esos fitoquímicos y también de microelementos, que también se agotan fácilmente”.
Todo esto “beneficia poderosamente la salud”, sin olvidar que “esas hortalizas además motivan un efecto de integración, de alguna forma, de contacto del ser humano de nuevo con la naturaleza, una forma de educación en la que volvemos a estar en armonía con nuestro pasado y lo que ha sido toda la actividad no solo económica, sino los ciclos de la naturaleza, es decir, sitúan al ser humano más en la tierra y nos devuelven un poco a nuestras raíces”. Guil ha dejado clara una máxima que va en sintonía con esta conexión, ya que huye de las modas, la de que “los superalimentos no existen”, explicando además otra clave fundamental: “No existe un patrón alimentario para cada persona en cada edad; sí hay alimentos que son funcionalmente muy aceptables, pero no quiere decir que sean para todo el mundo; todos son superalimentos en cierta medida, y no hay de pronto unos alimentos excepcionales que van a transformar nuestro cuerpo y nos van a dar una serie de cualidades saludables; los alimentos son intercambiables entre ellos”
Como muestra, “sin desvalorizar el aguacate, que está muy de moda, sus mismos aportes los tiene el aceite de oliva”, especificando que “puede ser un superalimento también una manzana humilde, una lechuga…, cualquier alimento bien contrastado y que sepamos que está producido en condiciones apropiadas para el medio ambiente y en condiciones de salubridad, todas las verduras sobre todo coloreadas tienen carotenoides y, por lo tanto, son dignas de ser consideradas superalimentos, desde un ajo, una ciruela negra o una ciruela roja, pasando por la cebolla, pasando por el brécol o pasando por la humilde coliflor”. Ha aconsejado hacer “una buena combinación, simplemente dejándonos guiar por nuestro conocimiento, incluso por nuestra intuición, porque si escogemos hortalizas y verduras variadas, de color y frescas, tenemos en conjunto un superalimento, porque insisto en que son para combinar y son intercambiables para proporcionarnos todo lo que necesitamos”. El catedrático ha aprovechado para decir que “las hortalizas de invernadero son tan válidas como cualquier otra, no pensemos que porque sean producidas en invernadero van a tener peores cualidades; es cierto que puede haber alguna pequeña diferencia, pero mínima, o sea, que consumir las hortalizas que provienen de Almería es una opción muy saludable”. Dicho esto, ha abogado por la implantación del Grado en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, “una pata que falta en la UAL, algo que debe rectificarse, porque Almería es paradigma de producción de alimentos para Europa, y se está a tiempo de hacerlo y crear profesionales punteros”. A su juicio, “la tecnología de los alimentos es tan importante o más que cómo producirlos, porque se les da un valor añadido que estaría favoreciendo muchísimo a la sociedad de Almería”.