Ángel Fernández Cortés, del Departamento de Biología y Geología, se une a un equipo multidisciplinar con científicos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Instituto Geológico y Minero y las universidades de Alicante y Toulouse: los resultados de su estudio orientan las medidas para una mejor protección, aplicables a otras cavidades subterráneas
La conservación del patrimonio cultural y natural existente en las cuevas puede ser desde ahora más efectiva a raíz de un estudio interdisciplinar en el que ha participado la Universidad de Almería. Científicos de esta institución ya publicaron a inicios de 2019 un trabajo que facilitaba la protección de cavidades subterráneas turísticas con el cálculo del tope de visitantes al día que podían soportar en base al CO2 acumulado. En esta ocasión Ángel Fernández Cortés, del Área de Geodinámica Externa del Departamento de Biología y Geología, se ha sumado a un equipo con ocho investigadores más del Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Instituto Geológico y Minero, ambos del CSIC, y las universidades de Alicante y Toulouse. Juntos han desarrollado un modelo matemático a partir de datos extraídos y predicciones de los mismos con la Cueva de Altamira como referente.
Con esta herramienta se aborda la compleja interrelación entre clima, suelo, roca y actividades humanas con el impacto que pueden tener en las condiciones ambientales de este lugar tan destacado por las pinturas rupestres que alberga. En todo caso, el estudio es aplicable a otras cavidades subterráneas, ya que dichas pinturas rupestres son el primer aspecto que despierta interés en la sociedad, pero más allá del importante componente cultural de Altamira, las cuevas son entornos en los que sobreviven especies adaptadas a unas condiciones ambientales muy concretas y que contienen formaciones geológicas, espeleotemas, que permiten, entre otras cosas, reconstruir cómo fue el clima del pasado. Así, los resultados arrojados ayudan a conservar los ecosistemas cavernarios en general y dictan que proteger tanto la biología como la geología de estos espacios pasa por desarrollar prácticas de gestión sostenible.
El equipo ha utilizado una técnica de modelado global que incorpora datos de series temporales de imágenes de satélite, y de este modo ha logrado reconstruir el pasado y proyectar escenarios futuros de concentración de CO2 en Altamira desde 1950 hasta 2100. Con ello se permite establecer las medidas que serán necesarias para seguir conservándola, al adelantarse a los cambios del clima que, previsiblemente, modificarán sus condiciones ambientales. De hecho, ha desarrollado las ecuaciones dinámicas que controlan la variabilidad temporal del intercambio de gases, energía y materia entre el ambiente exterior y el medio subterráneo, y este enfoque le ha permitido desarrollar el modelo que simula y analiza las interacciones entre estos factores y que tiene en cuenta las influencias en el microclima de la cueva. Así, aporta información crucial para el mantenimiento de la estabilidad ambiental de la cavidad.
La formulación algebraica ha confirmado que los principales impulsores de este microclima de la cueva son la temperatura exterior, la humedad del suelo-roca y la actividad humana en su interior. De hecho, los resultados del estudio resaltan el impacto significativo de la actividad humana en la cueva, particularmente intensa durante el período 1950-1970. En esa línea, han demostrado que aquella elevada afluencia de visitantes acumuló gran cantidad de CO2 y favoreció la condensación sobre el techo y la consiguiente corrosión de la roca que sirve de soporte a las pinturas. De ahí que fuera imprescindible tomar medidas para reducir el impacto que las visitas estaban produciendo. En. cuanto a los desafíos futuros, el contexto de cambio climático implicará un aumento en la concentración de CO2 y agravará los riesgos de corrosión y deterioro de las representaciones artísticas.
Ángel Fernández Cortés pertenece al Grupo de Investigación ‘Recursos Hídricos y Geología Ambiental’ de la UAL y participó en el año 2022 en el equipo que determinó en 165.000 años la edad de la Geoda Gigante de Pulpí. En esta ocasión, ha ayudado a integrar diferentes disciplinas, clave para diseñar estrategias de conservación que mitiguen los riesgos potenciales para el patrimonio natural y cultural de las cuevas, junto a Marina Sáez, Mireille Huc, Arnaud Mialon, Yann Kerr y Sylvain Mangiarotti, de la Universidad de Toulouse, David Benavente, de la Universidad de Alicante, Soledad Cuezva, del Instituto Geológico y Minero, y Sergio Sánchez, del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Su investigación pone de relieve la importancia de comprender y monitorear la dinámica de la atmósfera de las cuevas y puede ser consultada íntegramente en https://www.nature.com/articles/s41598-024-60149-9.